miércoles, 5 de enero de 2011

El OSNI de Golfo Nuevo (Argentina)

La existencia de OSNIS (objetos submarinos no identificados) ha sido parcialmente recopilada por la ufología. No obstante, la falta de rigor en la investigación ha logrado que veamos aparatos extraterrestres, en lugar de los misteriosos submarinos que a lo largo de la historia han protagonizado una serie de casos en verdad desconcertantes.
El OSNI de Golfo Nuevo (Argentina) recibió la plena atención de los medios de comunicación. No es, por lo tanto, como tantos otros casos, una simple leyenda reflejada en los libros de ufología, aunque, para atribuirle un origen no humano, los ufólogos se vieron obligados a manipular la información omitiendo la mayor parte de los hechos, las observaciones de los testigos e, incluso, las declaraciones oficiales.

Los acontecimientos
El 30 de abril de 1945 se radiaba la orden “Regenbogen” (autohundimiento) a la flota de submarinos alemana, y para el desconcierto de los comandantes, el 4 de mayo, recibieron la contraorden. El día ocho el almirantazgo británico lanzaba una humillante advertencia que les llevó a protagonizar hazañas que han pasado a la historia: Navegarían en superficie hasta los puertos en donde debían entregarse, ondeando una bandera negra, como si fueran piratas.
La derrota se unía ahora a la humillación y al miedo a ser tratados como auténticos corsarios por sus enemigos. Uno de los mejores refugios que les quedaba era Argentina. Aquel país poseía una antigua y considerable población alemana, y el gobierno argentino, aunque neutral durante el conflicto, había sido favorable a la causa germana. La llegada de algunos submarinos despertó el interés internacional. Los casos del U-530, que arribó al Mar de la Plata el 10 de julio, y el U-977, llegado al mismo puerto el 17 de agosto, recibieron una amplia atención por parte de los medios de comunicación. Sin embargo, las observaciones de otros submarinos fueron consideradas secretas por el gobierno, y hasta fechas recientes no hemos tenido noticias oficiales de su existencia.
El 25 de junio, un informe de la Armada Argentina, indica la observación de un submarino en la zona de Claromecó. El 19 de julio fue visto un periscopio en San Antonio Este. Entre julio y agosto otros documentos secretos hablan de la presencia de estas naves en las playas de Necochea y de San Clemente del Tuyú.
El motivo para esta presencia de submarinos germanos puede encontrarse en los informes del interrogatorio de Heinz Schaeffer, comandante del U-977: “Una de las principales razones para que yo procediera hacia Argentina fue por la propaganda alemana, que exhibió que al final de la guerra, todos los alemanes serían esclavizados y esterilizados. Otra consideración fue el maltrato y el largo retraso en volver a casa sufridos por los prisioneros de guerra alemanes retenidos en Francia al final de la Primera Guerra Mundial. Entonces, por supuesto, la esperanza de mejores condiciones de vida estaba en Argentina.(1)
La gente comenzó a notificar la presencia de submarinos por toda la costa, y la Armada mandó aviones y barcos para ratificar su existencia, sin que se produjera ningún enfrentamiento armado.
Esta presencia de submarinos, que parecía una clara consecuencia del final de la guerra, debería haber desaparecido por completo con el paso del tiempo, no obstante, durante los años siguientes las observaciones continuaron. Los submarinos comenzaron a ser llamados “sumergibles fantasmas”, ante la aparente imposibilidad de que los navíos alemanes, careciendo de una base en donde obtener repuestos y combustible, siguieran navegando, siendo capaces de eludir a la Armada Argentina.
Lo más sorprendente ocurrió transcurridos quince años después del final de la Segunda Guerra Mundial, durante la batalla del Golfo Nuevo, cuando los sumergibles fantasmas resultaron ilocalizables para los últimos sistemas de detección de la época, no siendo dañados por las armas antisubmarinas más modernas que poseían los Estados Unidos de Norteamérica.
Con la llegada al poder del nuevo gobierno, tras la caída de Perón, la actitud de las fuerzas armadas argentinas comenzó a ser hostil frente los sumergibles fantasmas. En febrero de 1957, los barcos y la aviación militar argentina hostigaron a un sumergible fantasma que apareció en Río de la Plata. La persecución duró cinco días, pero el navío intruso consiguió escapar ileso.
El 22 de mayo de 1958, el presidente Arturo Frondizi reconoció la presencia de un sumergible desconocido en la Patagonia, al noroeste de Puerto Cracker, en Golfo Nuevo. La aviación y marina atacaron intensamente al navío, y aunque aparentemente fue alcanzado, logró escapar. La segunda incursión reconocida oficialmente por las autoridades argentinas ocurrió en octubre de 1959, en el mismo golfo. De nuevo los esfuerzos combinados de la aviación y la marina resultaron inútiles y el submarino consiguió huir sin problemas.(2)
La historia de la batalla del Golfo Nuevo comenzó el 30 de enero de 1960, cuando unidades de instrucción de los cadetes navales navegaban por este golfo situado a 1.200 kilómetros al sur de Buenos Aires. Los jóvenes distinguieron un submarino inidentificable navegando, precisamente, en la zona utilizada por la Armada Argentina para sus maniobras.
A partir de este momento y durante todo el conflicto, diversos testigos, lo describieron como un navío del tipo “21”; la línea más moderna desarrollada por Alemania al final de la Segunda Guerra Mundial.
El alto mando movilizó todas las fuerzas que tenía a su disposición. El submarino intruso pareció ser localizado dentro de Golfo Nuevo a 150 metros de profundidad. Los hidroaviones de las bases de Bahía Blanca y Mar de Plata bombardearon durante días la zona donde se suponía ubicado al submarino, hasta que llegaron a pensar que había sido alcanzado y averiado el 4 de febrero. El contratorpedero “Cervantes” y los patrulleros “King” y “Muratore” sembraron de minas los 16 kilómetros de anchura que medía la boca del golfo. Hombres “rana” auxiliaron a los buques de guerra. Las pantallas de “radar” permanecieron alerta, y unidades de Infantería de Marina se distribuyeron a lo largo de la costa, con intención de evitar un posible desembarco. Por la noche se lanzaban cientos de bengalas y los barcos barrían la superficie del agua con sus reflectores, intentando poder observar si el submarino emergía para repostar sus baterías.
Se llegó a pensar que se trataba de un submarino atómico, teniéndose en cuenta la velocidad que le atribuían ciertas informaciones de prensa. Otro navío pareció unirse al primero dentro de Golfo Nuevo, o como informaron las emisoras de radio locales, eran dos los submarinos atrapados desde el principio.
Pese al despliegue, el submarino seguía sin ser hundido. El 11 de febrero el presidente Frondizi ordenó el ataque total. En la operación participaron trece navíos y cuarenta aviones, mientras se desviaban las rutas comerciales aéreas y marítimas para evitar cualquier accidente, y los periodistas eran excluidos de la zona de operaciones. A los cazas de la marina se les unieron los bombarderos pesados argentinos. El día 13, el submarino seguía sin ser hundido, y su situación pareció desesperada cuando llegaron las modernas cargas de profundidad, bengalas de aviones, boyas preparadas con detectores de sonido y diverso material antisubmarino del tipo más avanzado suministrado por los Estados Unidos.
Con el material también llegaron los especialistas estadounidenses en la guerra antisubmarina. Trece de ellos eran veteranos de la Segunda Guerra Mundial. El equipo de técnicos estaba dirigido por el capitán Ray Pitts, de la Jefatura de Operaciones Navales, quien debía asesorar directamente al vicealmirante Alberto Raga, jefe de Operaciones Navales de la Argentina.
Las cargas de profundidad eran arrojadas cada diez minutos y tenían una doble función. En primer lugar, atemorizar a la tripulación para que se rindiera, y en segundo lugar, impedir que los buzos del submarino salieran a reparar las supuestas averías que sufría.
El 14 las fuentes oficiales informaron que la tripulación del submarino había rechazado el ultimátum que les daba a elegir entre rendición o muerte. Ese día un rayo de esperanza pareció iluminar la suerte del navío. Dos nuevos submarinos gemelos comenzaron a maniobrar alrededor de la escuadra de guerra argentina, intentando llamar su atención y distraerla para ayudar a la evasión del sitiado. El tamaño de estos era gigantesco, siendo mayores que el navío cercado, aunque no se pudo identificar el modelo de los nuevos submarinos con exactitud. La esperanza se vio enturbiada con la intervención del portaaviones argentino “Independencia”.
Durante todo este tiempo el sumergible fantasma escapó repetidamente de forma misteriosa a la detección electrónica. El día 15 reinó el pesimismo en los círculos navales cuando desapareció por completo de las pantallas de sonar. Según las declaraciones del ministro de defensa, Justo Vilar: “No sabemos si el submarino ha conseguido eludir nuestra vigilancia y escapar”. Sin embargo, se aseguró que el “King” lo localizó y atacó, con ayuda del “Murature”, dos días después, mientras los técnicos estadounidenses se trasladaban a Puerto Madryn para ayudar en asalto naval. Pero, pese a todos los esfuerzos, el día 18, las fuentes oficiales informaban que el submarino fantasma parecía haber conseguido escapar a mar abierto.
De nuevo la Armada Argentina confirmaba que el día 20 el submarino había sido detectado otra vez, y se preparó una nueva ofensiva total contra él usando las modernas armas estadounidenses. En aquella jornada se reunió la mayor concentración aeronaval desde la Segunda Guerra Mundial. Durante la madrugada del día 21 el submarino apareció de nuevo frente a los asombrados observadores, momento en el cual le fue lanzado uno de los nuevos torpedos electrónicos.
Este nuevo tipo de arma nada tenía que ver con los clásicos torpedos de la Segunda Guerra Mundial. Su poder de destrucción y precisión eran formidables para aquella época. Al llegar a cincuenta metros del fondo se activaba un dispositivo que lo guiaba hasta su objetivo. El torpedo, incomprensiblemente, erró su objetivo y fueron lanzados otros del mismo tipo, que de nuevo no dieron en el blanco. La aviación entró entonces en acción lanzando nuevos torpedos dirigidos por sonar, pero los resultados fueron nulos de nuevo. Al mismo tiempo, desde la costa, se podía escuchar el tableteo constante de la artillería ligera.
El día 22 las noticias, no confirmadas, afirmaban que un submarino emergió a la superficie, mientras perdía gran cantidad de aceite debido a que había sido alcanzado dos veces. Sin embargo, tras la ofensiva fracasada de la madrugada del día 21, el 23 un comunicado de la marina argentina explicaba: “Las aguas del Golfo Nuevo fueron cuidadosamente cribadas en los días 21 y 22 de febrero, sin que se estableciera contacto con submarinos incursores, lo que sugiere que hayan podido escapar. A pesar de esta presunción, pudiera quedar algún incursor en el Golfo Nuevo, o volver a entrar en él para resguardarse. Por ello, la Marina ha decidido reducir la intensidad de la búsqueda al mínimo compatible con la adecuada vigilancia antisubmarina” El 25 la Marina anunció la suspensión definitiva de la búsqueda de los submarinos no identificados detectados en el golfo.

El origen de los submarinos
El 13 de febrero el diario Las Provincias (España) publicaba un teletipo enviado por William L. F. Horsey, en el que se resumían los principales datos disponibles en el momento sobre el misterioso submarino. El navío era de los fabricados en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, desplazaba unas 1.700 toneladas y parecía proceder de algún país oriental, existiendo opiniones de peso para creer que se trataba de un navío soviético. Desde su primera inmersión, tras ser visto, había salido a la superficie unas siete veces volviendo a sumergirse inmediatamente, lo que, a juicio de los técnicos, revelaba que la carga eléctrica de sus máquinas procedía de baterías que debían ser recargadas cada veinticuatro horas.
El agregado soviético en Buenos Aires, Constantine Kourin, rechazó inmediatamente la idea de que las naves fueran de su país, y el viceprimer ministro Anastas Mikoyan, que estaba de visita en Cuba, realizó una confusa declaración: “... lo único que van a matar es un montón de peces”. Lo que se transformó en realidad cuando, en la orilla opuesta al lugar en que se presumía estaba oculto el submarino, a unas 40 millas de Puerto Madryn, comenzó a aparecer una gran cantidad de pescado muerto flotando en el mar y cierto número de cadáveres de pingüinos, pero ningún resto de una posible avería del submarino.
Tras las misteriosas y molestas palabras de Mikoyan, y la siguiente declaración formal del gobierno de la URSS, negando que ninguna nave rusa se encontraba en Golfo Nuevo, la hipótesis soviética fue perdiendo fuerza hasta casi desaparecer por completo. Especialmente, cuando con el paso de los días, se comprobó que la URSS no realizaba ningún intento diplomático o militar para ayudar al submarino fantasma.
Si el navío era hundido, hallándose pruebas que lo identificaran como soviético, la URSS se vería en un formidable aprieto. El descubrimiento de su engaño le hubiera llevado al ridículo internacional, teniendo que soportar ver como Estados Unidos se jactaba de sus nuevas armas y por tanto, lo que era sumamente más peligroso, también era de esperar una profunda irritación de los propios militares soviéticos.
Un rumor aseguraba que el aceite del submarino había sido analizado, y el resultado indicaba que se trataba del tipo fabricado por los países satélites de la URSS. Al final de la guerra los soviéticos se habían apoderado de varios submarinos tipo “21”, así que era posible que algún país dentro de su influencia estuviera utilizándolos, aunque, en realidad, esto no aclaraba nada, pues también habían capturado los lubricantes y carburantes alemanes; así que la hipótesis sobre el origen germano no se veía revocada, pues en ambos casos hubieran usado las mismas fórmulas químicas.
El gobierno argentino advirtió desde el principio a la tripulación del submarino sobre el final que les esperaba, avisando al mundo entero que sus intenciones eran hundirlo a toda costa, y, con propósito de no verse involucrado en un incidente internacional, pidió a veintiséis países que aclararán si el navío era suyo. Estados Unidos, la Unión Soviética, Inglaterra, Francia y Alemania; es decir, aquellos que podían disponer de submarinos de estas características, respondieron negativamente. Una vez descartada la idea de que se trataba de un navío perteneciente a otro país, comenzaron a aparecer toda clase de especulaciones sobre su origen. Al encontrarse un deposito secreto de suministros perfectamente camuflado, cerca de donde fue visto por primera vez el navío intruso, comenzó a pensarse en contrabandistas que habían adquirido un submarino tipo “21”, pero el necesario mantenimiento de un navío de esta clase, quince años después de la guerra, sólo podía ser realizado por personal experto. Además, quedaba por aclarar el origen de los otros dos submarinos que acudieron a ayudarlo.
Enrique Manera propuso una hipótesis atrevida. Según este capitán de fragata español podría tratarse de un antiguo submarino alemán hundido en el golfo que, al cabo de los años, fue detectado. Al lanzarle las primeras cargas de profundidad comenzó a ser movido de un lugar a otro, chocando contra las rocas del fondo. Cuando fue nuevamente bombardeado, alguna explosión los lanzó hasta la superficie, haciéndole enseñar la torreta que fue vista por la aviación.(3)
Con el historial de submarinos alemanes observados durante los años anteriores, pronto comenzó a circular insistentemente la tesis que hablaba de uno o varios navíos germanos refugiados desde el final de la guerra en las costas desérticas de la Patagonia. Algunos personajes del Tercer Reich habían desembarcado en ciertos lugares del enorme litoral de 3.000 kilómetros que llegaba hasta los fiordos de Tierra del Fuego; de los cuales se perdió posteriormente la pista.(4) Las calas y ensenada escondidas eran el lugar ideal para realizar operaciones de desembarco y de suministro clandestino, y tal vez fueran el destino del depósito de víveres que se había encontrado.
La hipótesis alemana también tenía los mismos inconvenientes que las otras, y resultaba demasiado novelesca. Además quedaba el interrogante de cómo un viejo submarino había resistido el mayor castigo sufrido en la historia de los combates navales.

La ineludible simbiosis
Antes de intentar la destrucción del submarino, el gobierno argentino tomó un cuidado especial en asegurarse de que no perteneciera a ningún país, por miedo a provocar un incidente internacional. Y, naturalmente, la nave de Golfo Nuevo no fue un aparato extraterrestre, pues las acciones bélicas emprendidas por Argentina, contando con el apoyo de los Estados Unidos, habrían supuesto una declaración de guerra a una potencia de otro mundo.
Desconocemos el origen del OSNI de Golfo Nuevo, pero desde luego no era un objeto desconocido; era un submarino del tipo “21”, un modelo tan avanzado para su época (los años cuarenta) que diversas naciones lo usaron cerca de medio siglo después de ser diseñado, y que en este caso, encerrado y acosado en un estrecho rada, demostró ser capaz de resistir el mayor castigo sufrido por un submarino en toda la historia bélica.
Pero, cualquiera que fuera su origen, casos como éste dejan a la luz la relación existente entre los objetos no identificados, ya sea en el mar o en el aire, y la tecnología desarrollada en Europa durante la primera mitad del siglo pasado; de forma especial, la aplicada por Alemania en sus proyectos militares secretos en la Segunda Guerra Mundial.
Allí donde fue transportado el material científico y tecnológico, o se trasladaron los especialistas alemanes, aparecieron las naves desconocidas y las tecnologías asombrosas, que inmediatamente fueron atribuidas a seres extraterrestres, intentando ocultar su verdadera naturaleza.
Los submarinos fantasmas siguieron navegando por los mares del planeta, produciendo en ocasiones hechos similares al de Golfo Nuevo, de forma especial en las costas de Noruega y Suecia. Los medios de comunicación de estos países cubrieron los infructuosos esfuerzos militares realizados para hundirlos. Por lo tanto, no resulta extraño que estas naves aparezcan en los libros de ufología y no en los de historia. Cualquier gobierno, antes de reconocer su impotencia ante ellas, prefiere que el público hable de hombres del espacio o de aparatos extraterrestres.

Notas al texto:
(1) El Snorkel, http://www.elsnorkel.com
(2) Blanco y Negro, Madrid, España, 20 de febrero de 1960, número 2494
(3) Diario "Arriba", 21 de febrero de 1960, página 20.
(4) Diario "Las Provincias", 17 de febrero de 1960, número 36944, Valencia, España.

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